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miércoles, 13 de julio de 2022

Postcriptum a “Notas para una 'poesía de río'”: Carlos Enrique Urquía, el encuadernador de islas

 



He iniciado la empresa de encuadernar las islas”

Carlos Enrique Urquía


I

Voy a comenzar este breve ensayo con unas palabras de Juan L. Ortiz en una entrevista realizada por Daniel Kon en 1976, compilada en el libro “Una poesía del futuro” (pág. 181).

El poeta de Occidente ha sido siempre un marginado, un rebelde. El oriental es distinto. En el Siglo VIII, cuando Li Po por ejemplo, o Tu Fu, huían a la montaña para tener un poco de paz, hasta el campesino de los lugares más inhóspitos y alejados los reconocía y les llevaba alimentos. Un ejemplo claro es la Fiesta de las Linternas, que todavía hoy se celebra en China y a la que tuve la suerte de asistir. Esa noche, en toda China (piense en ciudades enormes como Shangai o Pekín) nadie duerme. Las casas quedan abiertas y la gente despierta. ¿Y por qué es eso? En homenaje a Li Po, quien murió cuando iba en un bote por el río Yang-Tsé. Parece que el poeta estaba borracho y en un momento se inclinó para abrazar la luna que se reflejaba en el río. Así murió y todavía hoy se lo recuerda. Incluso usted encuentra inscripciones aquí y allá, en las piedras: 'Por aquí Tu Fu veía salir la luna' o 'desde aquí Li Po oyó gritar a los monos'”.

Esta cita siempre me fascinó por varios motivos. La causa de muerte de Li Po, el origen y la descripción de la Fiesta de las Linternas, las inscripciones en las piedras. Juanele viajó a China y su experiencia poética fue muy fuerte. Dijo que allí se encontró a sí mismo. Quedó embelesado por la cultura y su vínculo con la poesía. Sabemos que tradujo a poetas chinos (no sabemos cómo lo hizo) y que escribió un hermoso libro de poemas inspirados en aquel viaje.

Pero no es de esto que quiero hablar en este breve texto, sino de algo que me convoca la lectura de este extracto citado y que tiene que ver con esta la veneración por los poetas que, según Juanele, habría habido en China. En otra entrevista realizada por Juana Bignozzi, Juanele cuenta que a los 17 días de haberse producido la Revolución en China, se publicaron a todos los poetas en ediciones populares. Con esto, el nuevo gobierno demostraba, por un lado, la cercanía de los poetas con el pueblo y, por otro, la importancia y la necesidad que implicaba la poesía para el proceso revolucionario naciente.

Pero dejemos ahora a Juanele, a Li Po y a Tu Fu. Hablemos de Carlos Enrique Urquía, el gran poeta sanfernandino. Una calle y una placita tímidamente lo recuerdan en nuestro Municipio. Probablemente casi ningún habitante de este municipio del conurbano haya escuchado hablar de él. En las escuelas no se recitan sus poemas. ¿Por qué me parece tan importante este poeta? Porque Urquía conocía el continente y las islas íntimamente. Porque su proyecto de “encuadernar las islas” me lleva a reconocer que San Fernando es la “puerta del delta del Paraná”. Que justamente lo que divide San Fernando de San Isidro no es sólo la calle Uruguay sino la desembocadura del Río Luján en el Río de la Plata. Yo me crie en Martínez, partido de San Isidro. Iba mucho al río a jugar, a pescar, a juntarme con amigos y amigas a tocar la guitarra, a comer y a tomar algo. El paisaje que se abre allí es como el de un mar. El Río de la Plata es, ante ojos desprevenidos, un mar. En cambio, en San Fernando, donde vivo hace 13 años, la costanera pública da a un río angosto y marrón, y podemos ver aún en días de niebla densa, las islas en frente. San Fernando, de hecho, es un municipio enorme, más grande que La Matanza, constituido por un territorio pequeño en el continente (en comparación a otros municipios exclusivamente continentales) y una gran extensión de ríos, arroyos e islas.

Ser un poeta continental en San Fernando implica necesariamente entrar en contacto con ese paisaje que lo inunda todo: la cultura del lugar, los temas de conversación, el ocio y el tiempo libre. Las crecientes, las sudestadas, las jornadas de pesca, la visita de algún pariente en la isla, los pescados de río. En tanto este municipio es la “Puerta del Delta”, no nos resulta ajeno el inmenso caudal de poetas que bajan desde el noreste de nuestro país, en especial desde Entre Ríos y Santa Fe, poetas fluviales que expresan, como expresaba Urquía, un “mundo de vida” (como le gustaba decir a Husserl) muy singular. Si, la poesía de Urquía podría ser una ventana por donde mirarnos como sanfernandinos, como habitantes de un territorio con una ineludible presencia de las islas y los ríos. Un territorio a la vez continental, fluvial e insular.

Un cantito que entonaban hace años los hinchas de Chacarita para -supuestamente- insultar a los hinchas de Tigre rezaba algo así: “para los hinchas de Tigre, un ranchito allá en la villa y un casete de chamamé”. ¡A mucha honra! El chamamé es justamente la confirmación musical de ese caudal que viaja por los ríos Uruguay y Paraná, y que se demora en el Delta dejando un sedimento cultural que nos constituye.

Yo creo que Urquía debería ser como nuestro Li-Po. En diferentes rincones del Delta deberían erigirse carteles, piedras pintadas o troncos tallados con sus versos. Postas de descanso en los caminos de sirga de la isla con indicaciones: “aquí Urquía veía pasar las chatas cargueras”; “Aquí Urquía se sentaba a escuchar a los jilgueros”. Un cartel inscripto con el inicio del poema “Los mosquitos” y que dice: “Descarnado alfiler/ lenguas echadas/ sobre la perfección ingenua de la piel.// ¿De qué lugar mullido de la tarde/ de qué ojo de sombras/ inician los mosquitos/ esa puntualidad de atardeceres?” Recordaríamos, sin duda, justo antes de bajar el sol, hacer humo con la pinocha para espantar a los mosquitos que aparecen así, misteriosamente, “de algún lugar mullido de la tarde”, de algún “ojo de sombras”.


II

Hay en Urquía una erótica de las islas. Se estremece ante la cintura de las islas, sus caderas. Para el poeta, las islas son nalgas mojadas. Una imagen de mujer deseada, misteriosa, inalcanzable. Una mujer que lo seduce con su canto de pájaros y habitantes, del crujir de maderas, de olas y remos golpeteando el agua. También la fertilidad: las islas son una mujer encinta, como la mujer encinta del isleño, como la propia mujer encinta mientras el poeta escribe sus poemas, como la naturaleza toda copulando y gestando y dando a luz, pistilos, polen y estambres. Urquía se adentra en ese misterio y no intenta descifrarlo, simplemente lo declama y, en ese declamar, se le revela algo que su poesía, maldecida como toda poesía por la demora de la escritura, no termina de mostrar. Algo íntimo entre el poeta y las islas, algo que solo las personas sensibles podemos al menos avizorar.

Es cierto que en Urquía hay un tránsito entre el modernismo y el creacionismo de Huidobro. Por eso el acápite de Micheaux en su segundo libro, La Cimbra: “Antes, yo tenía demasiado respeto por la naturaleza. Me ubicaba frente a las cosas, frente a los paisajes, y los dejaba hacer. Pero esto se acabó, ahora intervendré”. Los poemas de Urquía desde aquí en adelante crearán unas islas propias, con nalgas, cintura y caderas, que nos recuerda al Manifiesto Non Serviam: “no hemos pensado que nosotros también podemos crear realidades en un mundo nuestro, en un mundo que espera su fauna y su flora propias. Flora y fauna que sólo el poeta puede crear, por ese don especial que le dio la misma madre Naturaleza a él y únicamente a él”.

Según sus comentaristas, hay en Urquía estelas de barroco y “una especie de despabilado surrealismo”, como dice Javier Cófreces en el prólogo a “La islíada”, el volumen recopilado por Marisa Negri y el mismo Cófreces y que reúne los cuatro poemarios de Urquía sobre las islas. Decir “despabilado surrealismo” es casi un oxímoron, sin embargo, nada puede ser más preciso para la poesía de Urquía como esa expresión. Y quizás, no podría ser de otra manera para quien se quiera adentrar en el misterio de las islas, con su mal del sauce, esa especie de estado alucinatorio en el que sin embargo no perdemos la conciencia, solo que queda trastocada para siempre y lo que vemos ya no es lo que vemos sino otra cosa, y otra, y otra, y ya no nos podemos sustraer de ese estado que nos impulsa a adentrarnos y permanecer allí aunque estemos en otro lado, semejante a la “maresia” que padecen quienes permanecen un tiempo frente al mar en Brasil. Fruto del payé y la saudade, respectivamente.

Ya en “Rama Negra”, su tercer poemario en el que la voz poética es encarnada por personajes isleños, entre la belleza natural de las islas y la dureza de la vida en el Delta. Conmovido ante una historia de una familia ahogada por la creciente, los habitantes de las islas cobran un protagonismo inédito en su poesía. Las imágenes se tornan más crudas: el isleño matando al bagre recién pescado contra la madera de la canoa, la sudestada, las tormentas, la camisa transpirada, el agua tostada “una herida en la zanja caliente”. Aquí la poesía se torna política sin ser nunca panfletaria: “Pero la necesidad y el dolor/ suben juntos por las piernas (…) Siempre seremos pobres”; “Detrás de nosotros/ el Delta navega su silencio/ con las geografías endurecidas”. “Llegamos al rancho que la marea a enronquecido/ con una semana de agua. // El sol abandonó las flores/ la noche siempre de espaldas/ se hundió en los árboles.// Se cerraron las palabras/ y los ladridos”. El poema 37 describe el cuerpo putrefacto de un ahogado, las imágenes allí son directas: “como un gran pescado podrido”, “la piel con tábanos y moscas”, “Tiene el tiempo coagulado en las piernas/ una flor en la boca/ y un hijo en San Fernando”.

Será en el último poema de “Rama Negra” donde lo político aparecerá de forma más explícita. La mirada del turista distraído y del rico depredador confronta con la vida del isleño pobre. El tema del recelo del isleño frente al turista, al porteño, al habitante del continente es parte de su idiosincrasia. Una mirada por el rabillo del ojo, una cierta desconfianza y la ironía permanente ante quien está en la isla de paso y que jamás conocerá su misterio y su crudeza. Esta marca idiosincrática es una expresión de clase. Un “nosotros y ellos”. Y esto comienza a aparecer en las décadas del '60 y '70 en la poesía y en la música, recordemos nomás a Aníbal Sampayo y sus “Garzas viajeras”: “Hay un barquito que se hamaca sin cesar/ Varias muchachas navegando por placer/ Y allá a lo lejos canoa de pescadores/ Son signos de sinsabores, qué distinto atardecer (…) Hay fiesta arriba, allá en la loma del palmar/ Está de cumpleaños el hijo del patrón/ Y en un bendito apreta'o entre totoras/ Aquí abajo llora y llora, el hurí del hachador”. O en “El río no es solo eso”: “Uste que ha venido a fotografiar/ no haga de mi suerte sólo una postal/ y ya que es amigo del que mandamás/ dígale que biche pal' lao del juncal.// Turista que andas al río/ tal vez sin mirarle el alma/ si queres probarme el pulso/ tantíale la correntada.// Poeta que vas templando/ tu guitarra enamorada/ zambulle en lo mas profundo/ donde está la raiz del alma.// Disculpe, paisano/ tengo que pescar/ véngase otro dia/ vamos a matear/ y hable con su amigo/ el dr. fiscal/ ansina no mechan tambien del juncal”.

Urquía se hace cargo de este espíritu de época, cuyo estandarte expone la canción “El poeta” de Atahualpa Yupanqui, y contrapone imágenes como la aparición de un cuerpo putrefacto en la orilla de la isla el día que el hombre llega a la luna. Las islas ahora no sólo son la belleza bucólica sino también el sufrimiento del isleño y la “invasión del turista distraído”, “el hombre blanco”, “el patrón”, “el rico”. Lo dice en estos términos: “Los viajeros de anteojos oscuros/ recorren las orillas sin verlas.// Muchos hombres de distintos nacimientos/las han andado con pisadas ausentes”. Urquía no es un isleño, lo sabe. Aún así, no se identifica con el típico turista o con el millonario que navega en el yate. Intenta distanciarse. Entablar una complicidad con el isleño. Solidarizarse en su sentido más profundo. Sabe que no pertenece a las islas y que las islas no le pertenecen. Aunque pertenece un poco más y le pertenecen un poco más que a los turistas y a los porteños, por ser sanfernandino. Por eso, quizás, el primer poemario, “Amistad en las islas”, contenga la llave para resolver este “entre” en el que se encuentra Urquía y tantos de nosotros, que sentimos como nuestras las islas pero que no la habitamos. Se tratará, sencillamente, de entablar una relación de amistad con las islas y sus habitantes.


III

Hace unos meses, el poeta Mario Nosotti, nacido en San Fernando, invitó a una reflexión a través de un escrito titulado “Flores y pajaritos” donde, entre otras cosas planteaba: “Durante mucho tiempo me llamó la atención lo que desde mi punto de vista era una especie de alienación de los poetas. Aunque sus palabras, su recuerdo o su mirada volvían una y otra vez al río, a los árboles, la lluvia, los animales, al paisaje que deja en un segundo plano las manufacturas, parecían ajenos, escindidos de la evidencia de que parte de ese mundo estaba desapareciendo, siendo mutilado, borrado, devastado. (...) Como si se pudieran hacer constantemente parábolas del río, o hablar del tratamiento del paisaje sin importar que no haya río o que ese paisaje ya no exista”.

Pensando en Urquía, claramente la “cuestión ambiental” no estaba en la agenda de su época (al menos no en los primeros tres libros sobre las islas). Sin embargo, en “Rama Negra” podemos avizorar la peligrosa presencia del “invasor”: los “viajeros de anteojos oscuros”, los hombres “de distintos nacimientos”. Personas foráneas que caminan sin ver, con pisadas ausentes. Nosotti entonces se pregunta: “¿Qué dirían Juan L. o Mary Oliver de lo que pasa hoy día?, ¿qué nos puede enseñar su mirada, su atención, su apertura humilde y atenta?, ¿qué podemos rescatar del posicionamiento de ese sujeto poético frente a lo que lo rodea?” Del mismo modo, podríamos preguntarnos también por Urquía. Nosotti esboza una respuesta: “Quizás haya que leerlos como forma de volver a apreciar, incluso re simbolizar el vínculo (como enseñan muchas de nuestras culturas autóctonas, diezmadas e invisibilizadas) con esa dimensión que a su vez nos constituye”.

Urquía se propuso “encuadernar las islas”. No para que de ellas quede un registro naturalista de un paisaje que pronto desaparecerá (si no tomamos urgentemente cartas en el asunto). No para que “ese mundo se resguarde en los libros o se reduzca a la imaginación” como expresa Nosotti en el artículo antes mencionado, sino para volver a crearlas a través de la palabra. Para que no andemos distraídos mientras se consuma el ecocidio. Para reconocer a sus habitantes y el peligro que enfrentan y que se suma a la difícil tarea de sobrevivir en un lugar tan hermoso como hostil. Para que de una vez por todas entendamos que el paisaje que habitamos no es algo que está afuera de nosotros (y que podemos manipular a nuestro gusto) sino que nos constituye.

Mario Nosotti, por su lado, escribía esta reflexión mientras “el viento arrastra hasta mi casa el humo de la quema de los pastizales en la zona del delta, a más de cincuenta kilómetros, y la mañana avanza en Buenos Aires envuelta en la neblina”. En esos mismos días, yo escribía “Notas para una 'poesía de río'” que empezaba: “Termino de escribir este texto mientras las islas de la segunda sección se queman en un incendio que ya lleva devoradas más de 1000 hectáreas. Hay alerta y desesperación en muchos conocidos isleños que viven en las cercanías. Mientras tomo mates en el patio de mi casa, llueven papelitos quemados que trae el viento para recordarme que no hay nada de bucólico ni de romántico en todo esto que escribo y que es un imperativo ético defender los humedales. Porque allí vive gente, porque habitan especies vegetales y animales, porque es un pulmón verde, porque es un reservorio de agua dulce, y porque es parte constitutiva de nuestras subjetividades”.

Volvamos a leer a Urquía. Que se recite en las escuelas, en las plazas. Que el municipio organice un festival de poesía en su honor. Que la escuela en la que trabajó tantos años como docente lleve su nombre. Que podamos llegar a tiempo a la cita a la que nos invita Urquía en su poema “El Río Pajarito”: “San Fernando/ repaso la belleza rizada de tus islas/ traigo puntualidad de asistencia y de vida”.