miércoles, 13 de julio de 2022

Postcriptum a “Notas para una 'poesía de río'”: Carlos Enrique Urquía, el encuadernador de islas

 



He iniciado la empresa de encuadernar las islas”

Carlos Enrique Urquía


I

Voy a comenzar este breve ensayo con unas palabras de Juan L. Ortiz en una entrevista realizada por Daniel Kon en 1976, compilada en el libro “Una poesía del futuro” (pág. 181).

El poeta de Occidente ha sido siempre un marginado, un rebelde. El oriental es distinto. En el Siglo VIII, cuando Li Po por ejemplo, o Tu Fu, huían a la montaña para tener un poco de paz, hasta el campesino de los lugares más inhóspitos y alejados los reconocía y les llevaba alimentos. Un ejemplo claro es la Fiesta de las Linternas, que todavía hoy se celebra en China y a la que tuve la suerte de asistir. Esa noche, en toda China (piense en ciudades enormes como Shangai o Pekín) nadie duerme. Las casas quedan abiertas y la gente despierta. ¿Y por qué es eso? En homenaje a Li Po, quien murió cuando iba en un bote por el río Yang-Tsé. Parece que el poeta estaba borracho y en un momento se inclinó para abrazar la luna que se reflejaba en el río. Así murió y todavía hoy se lo recuerda. Incluso usted encuentra inscripciones aquí y allá, en las piedras: 'Por aquí Tu Fu veía salir la luna' o 'desde aquí Li Po oyó gritar a los monos'”.

Esta cita siempre me fascinó por varios motivos. La causa de muerte de Li Po, el origen y la descripción de la Fiesta de las Linternas, las inscripciones en las piedras. Juanele viajó a China y su experiencia poética fue muy fuerte. Dijo que allí se encontró a sí mismo. Quedó embelesado por la cultura y su vínculo con la poesía. Sabemos que tradujo a poetas chinos (no sabemos cómo lo hizo) y que escribió un hermoso libro de poemas inspirados en aquel viaje.

Pero no es de esto que quiero hablar en este breve texto, sino de algo que me convoca la lectura de este extracto citado y que tiene que ver con esta la veneración por los poetas que, según Juanele, habría habido en China. En otra entrevista realizada por Juana Bignozzi, Juanele cuenta que a los 17 días de haberse producido la Revolución en China, se publicaron a todos los poetas en ediciones populares. Con esto, el nuevo gobierno demostraba, por un lado, la cercanía de los poetas con el pueblo y, por otro, la importancia y la necesidad que implicaba la poesía para el proceso revolucionario naciente.

Pero dejemos ahora a Juanele, a Li Po y a Tu Fu. Hablemos de Carlos Enrique Urquía, el gran poeta sanfernandino. Una calle y una placita tímidamente lo recuerdan en nuestro Municipio. Probablemente casi ningún habitante de este municipio del conurbano haya escuchado hablar de él. En las escuelas no se recitan sus poemas. ¿Por qué me parece tan importante este poeta? Porque Urquía conocía el continente y las islas íntimamente. Porque su proyecto de “encuadernar las islas” me lleva a reconocer que San Fernando es la “puerta del delta del Paraná”. Que justamente lo que divide San Fernando de San Isidro no es sólo la calle Uruguay sino la desembocadura del Río Luján en el Río de la Plata. Yo me crie en Martínez, partido de San Isidro. Iba mucho al río a jugar, a pescar, a juntarme con amigos y amigas a tocar la guitarra, a comer y a tomar algo. El paisaje que se abre allí es como el de un mar. El Río de la Plata es, ante ojos desprevenidos, un mar. En cambio, en San Fernando, donde vivo hace 13 años, la costanera pública da a un río angosto y marrón, y podemos ver aún en días de niebla densa, las islas en frente. San Fernando, de hecho, es un municipio enorme, más grande que La Matanza, constituido por un territorio pequeño en el continente (en comparación a otros municipios exclusivamente continentales) y una gran extensión de ríos, arroyos e islas.

Ser un poeta continental en San Fernando implica necesariamente entrar en contacto con ese paisaje que lo inunda todo: la cultura del lugar, los temas de conversación, el ocio y el tiempo libre. Las crecientes, las sudestadas, las jornadas de pesca, la visita de algún pariente en la isla, los pescados de río. En tanto este municipio es la “Puerta del Delta”, no nos resulta ajeno el inmenso caudal de poetas que bajan desde el noreste de nuestro país, en especial desde Entre Ríos y Santa Fe, poetas fluviales que expresan, como expresaba Urquía, un “mundo de vida” (como le gustaba decir a Husserl) muy singular. Si, la poesía de Urquía podría ser una ventana por donde mirarnos como sanfernandinos, como habitantes de un territorio con una ineludible presencia de las islas y los ríos. Un territorio a la vez continental, fluvial e insular.

Un cantito que entonaban hace años los hinchas de Chacarita para -supuestamente- insultar a los hinchas de Tigre rezaba algo así: “para los hinchas de Tigre, un ranchito allá en la villa y un casete de chamamé”. ¡A mucha honra! El chamamé es justamente la confirmación musical de ese caudal que viaja por los ríos Uruguay y Paraná, y que se demora en el Delta dejando un sedimento cultural que nos constituye.

Yo creo que Urquía debería ser como nuestro Li-Po. En diferentes rincones del Delta deberían erigirse carteles, piedras pintadas o troncos tallados con sus versos. Postas de descanso en los caminos de sirga de la isla con indicaciones: “aquí Urquía veía pasar las chatas cargueras”; “Aquí Urquía se sentaba a escuchar a los jilgueros”. Un cartel inscripto con el inicio del poema “Los mosquitos” y que dice: “Descarnado alfiler/ lenguas echadas/ sobre la perfección ingenua de la piel.// ¿De qué lugar mullido de la tarde/ de qué ojo de sombras/ inician los mosquitos/ esa puntualidad de atardeceres?” Recordaríamos, sin duda, justo antes de bajar el sol, hacer humo con la pinocha para espantar a los mosquitos que aparecen así, misteriosamente, “de algún lugar mullido de la tarde”, de algún “ojo de sombras”.


II

Hay en Urquía una erótica de las islas. Se estremece ante la cintura de las islas, sus caderas. Para el poeta, las islas son nalgas mojadas. Una imagen de mujer deseada, misteriosa, inalcanzable. Una mujer que lo seduce con su canto de pájaros y habitantes, del crujir de maderas, de olas y remos golpeteando el agua. También la fertilidad: las islas son una mujer encinta, como la mujer encinta del isleño, como la propia mujer encinta mientras el poeta escribe sus poemas, como la naturaleza toda copulando y gestando y dando a luz, pistilos, polen y estambres. Urquía se adentra en ese misterio y no intenta descifrarlo, simplemente lo declama y, en ese declamar, se le revela algo que su poesía, maldecida como toda poesía por la demora de la escritura, no termina de mostrar. Algo íntimo entre el poeta y las islas, algo que solo las personas sensibles podemos al menos avizorar.

Es cierto que en Urquía hay un tránsito entre el modernismo y el creacionismo de Huidobro. Por eso el acápite de Micheaux en su segundo libro, La Cimbra: “Antes, yo tenía demasiado respeto por la naturaleza. Me ubicaba frente a las cosas, frente a los paisajes, y los dejaba hacer. Pero esto se acabó, ahora intervendré”. Los poemas de Urquía desde aquí en adelante crearán unas islas propias, con nalgas, cintura y caderas, que nos recuerda al Manifiesto Non Serviam: “no hemos pensado que nosotros también podemos crear realidades en un mundo nuestro, en un mundo que espera su fauna y su flora propias. Flora y fauna que sólo el poeta puede crear, por ese don especial que le dio la misma madre Naturaleza a él y únicamente a él”.

Según sus comentaristas, hay en Urquía estelas de barroco y “una especie de despabilado surrealismo”, como dice Javier Cófreces en el prólogo a “La islíada”, el volumen recopilado por Marisa Negri y el mismo Cófreces y que reúne los cuatro poemarios de Urquía sobre las islas. Decir “despabilado surrealismo” es casi un oxímoron, sin embargo, nada puede ser más preciso para la poesía de Urquía como esa expresión. Y quizás, no podría ser de otra manera para quien se quiera adentrar en el misterio de las islas, con su mal del sauce, esa especie de estado alucinatorio en el que sin embargo no perdemos la conciencia, solo que queda trastocada para siempre y lo que vemos ya no es lo que vemos sino otra cosa, y otra, y otra, y ya no nos podemos sustraer de ese estado que nos impulsa a adentrarnos y permanecer allí aunque estemos en otro lado, semejante a la “maresia” que padecen quienes permanecen un tiempo frente al mar en Brasil. Fruto del payé y la saudade, respectivamente.

Ya en “Rama Negra”, su tercer poemario en el que la voz poética es encarnada por personajes isleños, entre la belleza natural de las islas y la dureza de la vida en el Delta. Conmovido ante una historia de una familia ahogada por la creciente, los habitantes de las islas cobran un protagonismo inédito en su poesía. Las imágenes se tornan más crudas: el isleño matando al bagre recién pescado contra la madera de la canoa, la sudestada, las tormentas, la camisa transpirada, el agua tostada “una herida en la zanja caliente”. Aquí la poesía se torna política sin ser nunca panfletaria: “Pero la necesidad y el dolor/ suben juntos por las piernas (…) Siempre seremos pobres”; “Detrás de nosotros/ el Delta navega su silencio/ con las geografías endurecidas”. “Llegamos al rancho que la marea a enronquecido/ con una semana de agua. // El sol abandonó las flores/ la noche siempre de espaldas/ se hundió en los árboles.// Se cerraron las palabras/ y los ladridos”. El poema 37 describe el cuerpo putrefacto de un ahogado, las imágenes allí son directas: “como un gran pescado podrido”, “la piel con tábanos y moscas”, “Tiene el tiempo coagulado en las piernas/ una flor en la boca/ y un hijo en San Fernando”.

Será en el último poema de “Rama Negra” donde lo político aparecerá de forma más explícita. La mirada del turista distraído y del rico depredador confronta con la vida del isleño pobre. El tema del recelo del isleño frente al turista, al porteño, al habitante del continente es parte de su idiosincrasia. Una mirada por el rabillo del ojo, una cierta desconfianza y la ironía permanente ante quien está en la isla de paso y que jamás conocerá su misterio y su crudeza. Esta marca idiosincrática es una expresión de clase. Un “nosotros y ellos”. Y esto comienza a aparecer en las décadas del '60 y '70 en la poesía y en la música, recordemos nomás a Aníbal Sampayo y sus “Garzas viajeras”: “Hay un barquito que se hamaca sin cesar/ Varias muchachas navegando por placer/ Y allá a lo lejos canoa de pescadores/ Son signos de sinsabores, qué distinto atardecer (…) Hay fiesta arriba, allá en la loma del palmar/ Está de cumpleaños el hijo del patrón/ Y en un bendito apreta'o entre totoras/ Aquí abajo llora y llora, el hurí del hachador”. O en “El río no es solo eso”: “Uste que ha venido a fotografiar/ no haga de mi suerte sólo una postal/ y ya que es amigo del que mandamás/ dígale que biche pal' lao del juncal.// Turista que andas al río/ tal vez sin mirarle el alma/ si queres probarme el pulso/ tantíale la correntada.// Poeta que vas templando/ tu guitarra enamorada/ zambulle en lo mas profundo/ donde está la raiz del alma.// Disculpe, paisano/ tengo que pescar/ véngase otro dia/ vamos a matear/ y hable con su amigo/ el dr. fiscal/ ansina no mechan tambien del juncal”.

Urquía se hace cargo de este espíritu de época, cuyo estandarte expone la canción “El poeta” de Atahualpa Yupanqui, y contrapone imágenes como la aparición de un cuerpo putrefacto en la orilla de la isla el día que el hombre llega a la luna. Las islas ahora no sólo son la belleza bucólica sino también el sufrimiento del isleño y la “invasión del turista distraído”, “el hombre blanco”, “el patrón”, “el rico”. Lo dice en estos términos: “Los viajeros de anteojos oscuros/ recorren las orillas sin verlas.// Muchos hombres de distintos nacimientos/las han andado con pisadas ausentes”. Urquía no es un isleño, lo sabe. Aún así, no se identifica con el típico turista o con el millonario que navega en el yate. Intenta distanciarse. Entablar una complicidad con el isleño. Solidarizarse en su sentido más profundo. Sabe que no pertenece a las islas y que las islas no le pertenecen. Aunque pertenece un poco más y le pertenecen un poco más que a los turistas y a los porteños, por ser sanfernandino. Por eso, quizás, el primer poemario, “Amistad en las islas”, contenga la llave para resolver este “entre” en el que se encuentra Urquía y tantos de nosotros, que sentimos como nuestras las islas pero que no la habitamos. Se tratará, sencillamente, de entablar una relación de amistad con las islas y sus habitantes.


III

Hace unos meses, el poeta Mario Nosotti, nacido en San Fernando, invitó a una reflexión a través de un escrito titulado “Flores y pajaritos” donde, entre otras cosas planteaba: “Durante mucho tiempo me llamó la atención lo que desde mi punto de vista era una especie de alienación de los poetas. Aunque sus palabras, su recuerdo o su mirada volvían una y otra vez al río, a los árboles, la lluvia, los animales, al paisaje que deja en un segundo plano las manufacturas, parecían ajenos, escindidos de la evidencia de que parte de ese mundo estaba desapareciendo, siendo mutilado, borrado, devastado. (...) Como si se pudieran hacer constantemente parábolas del río, o hablar del tratamiento del paisaje sin importar que no haya río o que ese paisaje ya no exista”.

Pensando en Urquía, claramente la “cuestión ambiental” no estaba en la agenda de su época (al menos no en los primeros tres libros sobre las islas). Sin embargo, en “Rama Negra” podemos avizorar la peligrosa presencia del “invasor”: los “viajeros de anteojos oscuros”, los hombres “de distintos nacimientos”. Personas foráneas que caminan sin ver, con pisadas ausentes. Nosotti entonces se pregunta: “¿Qué dirían Juan L. o Mary Oliver de lo que pasa hoy día?, ¿qué nos puede enseñar su mirada, su atención, su apertura humilde y atenta?, ¿qué podemos rescatar del posicionamiento de ese sujeto poético frente a lo que lo rodea?” Del mismo modo, podríamos preguntarnos también por Urquía. Nosotti esboza una respuesta: “Quizás haya que leerlos como forma de volver a apreciar, incluso re simbolizar el vínculo (como enseñan muchas de nuestras culturas autóctonas, diezmadas e invisibilizadas) con esa dimensión que a su vez nos constituye”.

Urquía se propuso “encuadernar las islas”. No para que de ellas quede un registro naturalista de un paisaje que pronto desaparecerá (si no tomamos urgentemente cartas en el asunto). No para que “ese mundo se resguarde en los libros o se reduzca a la imaginación” como expresa Nosotti en el artículo antes mencionado, sino para volver a crearlas a través de la palabra. Para que no andemos distraídos mientras se consuma el ecocidio. Para reconocer a sus habitantes y el peligro que enfrentan y que se suma a la difícil tarea de sobrevivir en un lugar tan hermoso como hostil. Para que de una vez por todas entendamos que el paisaje que habitamos no es algo que está afuera de nosotros (y que podemos manipular a nuestro gusto) sino que nos constituye.

Mario Nosotti, por su lado, escribía esta reflexión mientras “el viento arrastra hasta mi casa el humo de la quema de los pastizales en la zona del delta, a más de cincuenta kilómetros, y la mañana avanza en Buenos Aires envuelta en la neblina”. En esos mismos días, yo escribía “Notas para una 'poesía de río'” que empezaba: “Termino de escribir este texto mientras las islas de la segunda sección se queman en un incendio que ya lleva devoradas más de 1000 hectáreas. Hay alerta y desesperación en muchos conocidos isleños que viven en las cercanías. Mientras tomo mates en el patio de mi casa, llueven papelitos quemados que trae el viento para recordarme que no hay nada de bucólico ni de romántico en todo esto que escribo y que es un imperativo ético defender los humedales. Porque allí vive gente, porque habitan especies vegetales y animales, porque es un pulmón verde, porque es un reservorio de agua dulce, y porque es parte constitutiva de nuestras subjetividades”.

Volvamos a leer a Urquía. Que se recite en las escuelas, en las plazas. Que el municipio organice un festival de poesía en su honor. Que la escuela en la que trabajó tantos años como docente lleve su nombre. Que podamos llegar a tiempo a la cita a la que nos invita Urquía en su poema “El Río Pajarito”: “San Fernando/ repaso la belleza rizada de tus islas/ traigo puntualidad de asistencia y de vida”.


jueves, 30 de diciembre de 2021

Notas para una “poesía de río”

 Por Facundo Ferreirós




Termino de escribir este texto mientras las islas de la segunda sección se queman en un incendio que ya lleva devoradas más de 1000 hectáreas. Hay alerta y desesperación en muchos conocidos isleños que viven en las cercanías. Mientras tomo mates en el patio de mi casa, llueven como papelitos quemados que trae el viento para recordarme que no hay nada de bucólico ni de romántico en todo esto que escribo y que es un imperativo ético defender los humedales. Porque allí vive gente, porque habitan especies vegetales y animales, porque es un pulmón verde, porque es un reservorio de agua dulce, y porque es parte constitutiva de nuestras subjetividades.  

Las palabras que siguen no pretenden ser un estudio crítico de nada. Su contenido sólo expresa una serie de intuiciones que vengo meditando a lo largo de mis años junto a la poesía.  Es que un día, un amigo poeta, hablando de otro amigo poeta que acababa de publicar un poemario, me dijo: “es un poeta de río”. ¿Qué quería decir con esto de ser un “poeta de río”? Yo no había encontrado en los poemas de nuestro amigo poemas referidos al río excepto algunas referencias vagas. Podría haberle preguntado qué quería decir con eso de ser un “poeta de río” pero preferí meditarlo por mi propia cuenta (en realidad debo haber presumido que sabía de qué me estaba hablando). 

La primera idea que vino a mi cabeza -fruto de la libre asociación- fue que “poetas de río” se parece a “pescados de río”. Me explico: existe una diferencia insoslayable entre los pescados “de mar” y los pescados “de río”. Donde vivo es muy común hacer “pescado de río” a la parrilla: sábalos, bogas, tarariras, dorados, surubíes, palometas. En los grandes supermercados y pescaderías se venden merluzas, lenguados, salmón y otros pescados de mar. Pero aquí conocemos a pescadores de la zona que venden pescado de río. En algunos barrios incluso pasan en bicicleta vendiéndolos. Un grupo de pescadores isleños armó una cooperativa para intentar vender más y mejor su “pan del agua” como dice la canción. Hay una diferencia entre quienes sabemos cocinar los pescados de río (que suelen ser mucho más grasosos y saben a barro) y quienes no lo saben o sólo consumen pescado de mar. Difícilmente un poeta licenciado en Letras nacido y criado en Boedo sepa cocinar pescado de río. Tampoco es que todos y todas las que consideraré “poetas de río” sí sepan cocinarlo. ¿Qué tiene que ver esto con el tema en cuestión? Disculpen, pero es que quiero adentrarme en ello muy lentamente.  

Durante estos años de lecturas fui encontrando algunas respuestas provisorias a qué podría entender por “poeta de río”. Para esto, fui juntando algunas citas de poetas, comentaristas, críticos, que de alguna u otra manera me fueron trazando un camino posible que por supuesto conforma mi propio itinerario. Si, esta empresa que propongo se asemeja a la idea de ambigüedad atribuida por “el doctor Franz Kuhn” a “cierta enciclopedia china que se titula Emporio celestial de conocimientos benévolos” en “El idioma analítico de John Wilkins” de Borges. Como no soy crítico ni me interesa serlo, puedo darme el lujo de obedecer a estas arbitrariedades.    

En primer lugar, los “poetas de río” no son aquellos y aquellas que necesariamente abordan como “tema” de sus poemas el río como objeto. Por supuesto el río aparece, pero no exclusivamente, claro. Tampoco son aquellos que toman el río como paisaje y que podríamos encuadrar bajo el rótulo de “poesía paisajista”. Cuando hablo de “poetas de río” ni siquiera me refiero a aquellos y aquellas que toman como inspiración algún río que resulte significativo en el entorno natural donde ese o esa poeta vive. Los que denomino “poetas de río” son aquellos que de alguna u otra manera habitan en tierras litoraleñas, y más específicamente -aunque no exclusivamente- en las cercanías de los ríos Paraná, Uruguay y sus afluentes (llegando hasta San Fernando donde el río Luján desemboca en el Río de la Plata). ¿Por qué? Porque en estos poetas encuentro algo que los reúne y que lo diferencia de otros y otras poetas que viven o frecuentan otros ríos, no sólo de nuestro país. Ese algo, desde ya, no es de ningún modo un sesgo regionalista. Si algo tiene esta caracterización de “poetas de río” es que no se interesa por el encuadramiento en determinadas corrientes, sino en otra variable, mucho menos definible, que refiere a las marcas que deja el contexto donde habita el poeta. Contexto que “pide” sus propias formas de establecer la relación con el poeta. Como si el río mismo impusiera las condiciones. 

Hay algo en estos ríos del litoral y en los arroyos y ríos del Delta (con la presencia de las islas y esa especie de dialéctica sin síntesis conformada por éstas y el continente) que otorga a estos poetas una cercanía entre sí que intentaré descifrar pero que adelanto que resultará una tarea casi imposible. Porque, como decía antes, estos y estas poetas no necesariamente tienen al río como tema preponderante en sus poemas. Porque no se refieren al río como si éste fuera parte de un paisaje realista. No se trata tampoco de una relación visual con el poema (la idea de “poema-río” que proponen algunos críticos de la obra de Juan L. Ortiz, por ejemplo, refiriéndose a la distribución del poema en la página o a la extensión de algunos de ellos, en especial, “El Gualeguay”). 

Hay una especie de “tono” y de “ritmo”, puede ser, pero no el tono y el ritmo entendidos como elementos del género, sino como una especie de operación mítica que el propio río ejercería sobre el lenguaje de estos poetas. 

Compartiré ahora algunas de las citas que constituyen mojones en mi reflexión sobre la “poesía de río”. Sonia Scarabelli, en un panel titulado “Río revuelto” llevado a cabo en el II FILBA Nacional, expresó: 

"Cuando uno dice ‘paisaje’ yo siempre pienso en algo que queda como en una distancia, pero aquí se iba componiendo en un sentido envolvente y esas apariciones se hacían, entre comillas, involuntarias. Yo estaba leyendo y de pronto dejaba el libro y registraba lo que sucedía y veía cómo terminaba. Lo extraordinario de esa experiencia, que me hizo ver de otra manera las cosas sobre lo que escribía, era la sensación de aunque uno iba a tomar sol o a bañarse en el río, de pronto ese mundo aparecía autónomo respecto de tu deseo. Y me parece que en la poesía, sin ninguna pretensión esotérica, hay algo que creo que es una carga de la lengua, y que es la sensación de que en un momento eso aparece. Que tiene un carácter objetivo propio, independiente de la voluntad calculadora con la que se arma una frase o un verso. Eso se me hizo perceptible en esa experiencia en el río”.

Por su parte, el poeta santafesino Héctor “Kiwi” Rodríguez, dice: 

“trabajar el barro y escribir poesía son manifestaciones de una misma necesidad interior. Cuando modelo el barro puedo saber o no saber lo que busco crear; en general no es más que un movimiento para tratar de correr cortinas, de abrir un paisaje hacia la esencia oculta, y este movimiento crea en su marcha formas siempre distintas de las que uno se proponía construir. Y con la poesía también pasa algo parecido: uno puede empezar escribiendo sobre algo que ve en el paisaje, o sobre una música que insiste en acompañarnos, y de pronto se produce esa otra cosa, y es como si se saliera a cazar poemas, a seguirlos con una red y atraparlos”. 

“Eso” que aparece, esa “otra cosa” que es independiente de la voluntad, que está ahí para ser “cazado” por el o la poeta, no puede sino estar en el medio en el cual el poeta habita. Y también en su interior (y por ende en su lenguaje).  

El propio Juanele define su perspectiva sobre el paisaje del siguiente modo: 

“No veo en el paisaje, como Sartre dijo muy bien, solamente paisaje. Veo, o lo trato de ver, o lo siento así, todas las dimensiones de lo que trasciende o de lo que diríamos así, lo abisma. Es decir, la vida secreta por un lado y la vida no solo con las criaturas que lo habitan o lo componen sino con las otras cosas con lo que está relacionado no solamente en el sentido de las sensaciones, diríamos”. 

Y Mario Nosotti, sobre la poesía de Juanele, dirá: 

“Ortiz no es un poeta paisajista. La impresión que producen en él los fenómenos de la naturaleza ya no tienen que ver con la abstracción de una escena sino con el efecto de la materialidad. Algo aparece vivo, titilante, como visto por primera vez. Y si en algún momento algunos elementos se conjugan para esbozar un cuadro —como de hecho ocurre en varios poemas cortos—, se trata de una especie de escena emocional. Quizás estemos, como dice el poeta Arturo Carrera, ante una idea nueva de Naturaleza, aquella que miramos desde el marco de la página, en los versos y las sílabas, en sus acentos y sonidos, «y entonces lo que miramos es también la vida, la otredad de la vida del otro»”.

Por su parte, Juan José Saer, en el prólogo a “En el aura del sauce” de Ortiz, dice: 

“del mismo modo que los antecedentes de Mastronardi debemos buscarlos en la poesía francesa y no en los alrededores de Gualeguay, podemos decir que el paisaje, que ocupa un lugar tan eminente en la poesía de Juan, no es la consecuencia de un determinismo geográfico o regional, sino una proyección de su percepción del mundo y de su concepción de la poesía”. 

Miguel Ángel Frederik sentencia: “haber nacido a orillas del Gualeguay se transformaría con los años en una exigencia impensada”.

Es cierto, el paisaje no determina. Pero pesa, tiene densidad. Como definía Rodolfo Kusch al concepto de “geocultura”, es el peso de existir en estas latitudes. Siguiendo al filósofo en su reflexión sobre el maestro del lago Titicaca, el río se da como río y como símbolo. Y lo que torna compleja esta caracterización de “poetas de río” es justamente la idea de que el río es un símbolo de una parte de nosotros que se vuelve inconfesable. Por eso la poesía. Para intentar desde un registro que “desarma” el lenguaje de las operaciones, el lenguaje del logos, el lenguaje mecanizado, expresar lo que de algún modo se torna imposible de expresar. El rastro de esa imposibilidad es la poesía. 

Kusch, en el texto mencionado, dice: 

"Indudablemente el lago Titicaca, además de ser un fenómeno geográfico, es un símbolo, una especie de monstruo que devora hombres y ciudades; que no obstante su quietud, se embravece prodigiosamente cuando sopla el viento, y que, sin embargo, alimenta a sus hijos con peces. Todo eso junto, hace un personaje. ¿Pero dónde termina la mente de uno y dónde comienzan las cosas? Por ejemplo compro un jarrón porque me gusta. En cierto modo ya pertenece a mi vida. Pero salgo del negocio y se me rompe. Me aflijo. ¿Qué lamento entonces? ¿La simple rotura del jarrón? Esto es lo que digo a todos. Pero en el fondo se ha estrellado contra el suelo un pedazo de mí mismo. Nuestra vida se desparrama misteriosamente entre las cosas. Y, si eso decimos del jarrón, qué no diremos del lago Titicaca. Qué gran pedazo de vida tenemos que desparrama en él para incorporarlo a nuestra alma”.

Estos y estas poetas se caracterizan, independientemente de sus influencias, por una poesía lírica, narrativa por momentos, reflexiva por otros. La naturaleza aparece siempre singularizada a partir de lo que acontece en un momento determinado y provoca en el o la poeta el impulso a escribir. En el panel “Río revuelto” antes mencionado, Diana Bellessi dijo: 

“Yo miro lo inmediato, no miro demasiado el paisaje. Miro la naturaleza inmediata: los bichitos, el pajarito, el arbolito. Y a veces miro el cielo. Pero tengo una relación con el significante de la naturaleza más que con la visión romántica del paisaje”.

María Rosa Lojo, refiriéndose a la poeta Stella Maris Ponce, dice: 

“es sin duda, en tanto hija del aire, la luz, y el agua de la tierra entre los ríos, una poeta fluvial. Los poetas fluviales suelen ser ligeros, luminosos y profundo, como las grandes corrientes que cercan el espacio donde han nacido. También suelen tener una ‘conciencia edénica’. A pesar de los males del mundo, del deterioro del tiempo, del ‘dolor de ser vivos’, creen, secretamente, que su Mesopotamia es una reedición de la original; ésa que el mito ubica entre el Tigris y el Éufrates y que el verbo de Dios regaló a la especie humana para que el ‘dolor de vivir’ le fuera leve”. 

Estos poetas no escriben dentro de las diferentes tendencias hegemónicas de sus épocas. No podemos situarlos ni en Florida ni en Boedo, ni en la vanguardia ni en el modernismo, ni en el neobarroso ni en el objetivismo. Tampoco pertenecen a lo que Kamenszain define como “intimidad inofensiva” para hacer referencia a las y los poetas de las últimas décadas. Pero están allí, como un río entubado que atraviesa la ciudad. Muchos de ellos no suelen ser percibidos (al menos no durante “su tiempo”) pero están allí. Cuando por alguna gracia divina son advertidos por el “mainstream” de la poesía, son caracterizados como bichos raros. No parecen de su tiempo, aunque no por ello deberían ser considerados extemporáneos. No se encuadran en ninguna tradición existente. No son románticos, no son simbolistas, no son regionalistas, no son objetivistas, no son sencillistas, no son surrealistas, no son “orientalistas”. Pero, a la vez, todas esas corrientes aparecen y desaparecen en muchos de ellos, incluso hacia el interior de un mismo poema. Como el propio río, que lleva y trae, que muestra y oculta, que va y viene. 

Así fluyen las corrientes literarias por los poemas de estos autores. Los críticos tienen ciertamente una gran dificultad a la hora de situar a estos poetas en las tendencias de su tiempo. Quizás, porque esas tendencias funcionan como un corsé, eso ya lo sabemos, pero también porque quizás haya que pensar algunas cosas de otro modo, con otras variables que reúnan a los poetas en nuevas posibles corrientes. Quizás porque muchas de esas tendencias se edificaron en la capital de Buenos Aires.  

Muchos de estos y estas poetas suelen mantenerse al margen de los ámbitos de circulación de la poesía. Recordemos nomás a Juanele, que editaba y publicaba artesanalmente sus propios libros, que huyó prácticamente de los circuitos literarios de Buenos Aires y se volvió a su provincia. O Kiwi, que regalaba plaquettes elaboradas por el mismo y de las cuales muchas se han perdido para siempre. Sobre algunos y algunas de ellas, a su vez, se construyen personajes casi mitológicos. Hay algo de exotismo en la mirada porteña respecto de estos poetas. Sin embargo, como ellas y ellos viven o han vivido, vivimos muchos y muchas de los que nos hemos asentado en estos territorios. Habitamos poéticamente este mundo fluvial, al decir de Hölderlin (cuya lírica es considerada también una “poética fluvial”), y lo habitamos de un modo particular.     

Florencia Abbaate, hablando del texto de Saer sobre Juanele citado más arriba, dirá: 

“La autonomía tiene que ver con una moral, con lo que los críticos llamamos —un término quizá un poco pomposo— la figura de escritor: cómo se construye a sí mismo. La moral es lo que dice qué está bien y qué está mal; yo creo que en Saer siempre había un juicio fuerte en cuanto a su concepción de la literatura y del arte. Y justamente el artista que se construye desde la autonomía es un artista independiente del mercado, independiente de lo que llamamos público, independiente de las modas, independiente del rédito que le pueda traer o no su trabajo. Su ética es una ética de la forma del arte, del desarrollo, de su obra más allá: verdaderamente independiente, autónoma de lo que pueda pasar con esa obra. En este sentido, eso también está muy fuerte en Juanele”.

Cuando hablo entonces de “poetas de río”, entonces, me estoy refiriendo por supuesto a Juan L. Ortíz, pero también a Hugo Gola, Alfredo Veiravé, Héctor “Kiwi” Rodríguez, Beatriz Vallejos, Sonia Scarabelli, Miguel Ángel Frederick, Carlos Enrique Urquía, Diana Bellessi, Claudia Masin, Arnaldo Calveyra, Marisa Negri, Alberto Muñoz, Javier Cófreces, Alicia Genovese, Guillermina Weil, Francisco Madariaga, Carlos Mastronardi, Andrea Andrade, Mario Nosotti, Virginia Caresani, Guido Veneziale, Stella Maris Ponce. Y hay cientos de otros poetas que desconozco o que seguramente olvido mencionar en este momento. 

Incluso, podría referirme a escritoras y escritores de prosa como Juan José Saer, Haroldo Conti, Horacio Quiroga, Selva Almada o Fabián Quirós, de quienes no dudaríamos de atribuir a su prosa una poética de río. 

Yo vivo en San Fernando. Parece un municipio chico al lado de Tigre y de San Isidro, sin embargo, es más grande que La Matanza. Una extensión inimaginable de islas conforma el territorio de San Fernando. Si bien la convivencia con el río por parte de quienes vivimos en el continente es bastante cotidiana (los pobres van a pescar, la clase media va a tomar mate a la costanera y los ricos andan en yates), no se termina de tomar conciencia de lo que significa geoculturalmente vivir aquí. Solemos hacer referencia al “modo de vida” del isleño, pero pocas veces nos ponemos a pensar en el modo de vida de quienes vivimos en el continente y de cómo, también, estamos condicionados por el río. En la cola del banco se habla de la última crecida y del resultado del partido de Tigre de la noche anterior; decimos frases como “estás serio como perro en bote”; solemos tener familiares o amigos isleños a quienes solemos visitar; muchos salimos a remar; solemos pasar por la puerta de astilleros, carpinterías náuticas, loneras; en la peluquería se cuentan anécdotas sobre pescas gloriosas, ríos y arroyos para navegar, de marcas de motores y de caballos de fuerza. Cuando voy a Capital, por ejemplo, y vuelvo a la noche, puedo sentir el olor a humedad que trae el río y las islas. Algunos domingos a la madrugada, aunque viva a 15 cuadras del río, se escucha el motor de las lanchas. Es solo cuestión de prestar atención. 



lunes, 10 de junio de 2013

Juan L. Ortiz

 

Audios de y sobre Juan L. Ortiz creados por la Agencia Radiofónica de Comunicación, una productora de contenidos para radios, perteneciente al Centro de Producción en Comunicación y Educación de la Facultad de Ciencias de la Educación (Universidad Nacional de Entre Ríos).











viernes, 4 de enero de 2013



Juan L. Orti
Los poemas chinos (primera parte) 


Si sabía chino o si tradujo estos poemas de alguna versión ya traducida al inglés o al francés, no lo sabemos. Algunos hasta dicen que Juanele interpretó libremente los ideogramas para traducir estos poemas que ahora les regalamos.

La nieve (Mao-Tse Tung )

Todo el paisaje del norte es de cortinas
hasta casi dos millares de "lis" todos de cristale s
y veinte mil millares de "lis" de nieve, como aspirados por el cielo . . .
De un lado a otro de la gran muralla ,
sólo, sólo, una locura de mar . . .
Desde las orillas del río Amarillo, aguas arriba y aguas abajo ,
su tiempo, ay, no se ve . . .
Serpientes de plata, bajo el espíritu de una "ti-chi", las montañas . . .
Elefantes de visas, sobre las llanuras, las colinas . . .
Y si pusiéramos frente a los cielos nuestra altura ?
Cuando los días parecen mirars e
y ser ya, se diría, unas ideas de flores ,
la gracia de la tierra es el pudor que sorprende al alba mism a
en su blancura de niña . . .
Tal es el misterio de estas montañas y estos ríos
que llaman a los héroes a quemarse, cada cual más puramente ,
para que les devuelvan, con lo demás, esa nube . . .
Los emperadores Chi Huang y Wou Ti, no podían abrir, casi, nuestros signos .. .
Los emperadores Tai Tsung y Tsi Tsu nunca se estremecían .
Gengis Khan era una arco, sólo un arca, en una tensión contra las águilas . ..
Ellos son el ayer. Y únicamente hoy ,
en el aire de los llamados, hasta aquél que, se creería, aún no es ,
las briznas del corazón . . .


En todo el cielo . . . (Emi-Siao )
En todo el cielo aparecen estrellas . . . más y más . . .
más miro, más estrellas aparecen. . .
Más pienso, también, en mi corazón, los pensamientos pesan más…

Las estrellas pueden iluminar
el pasada, el presente y el futuro.

Pero a quién le digo, a quién,
las quejas del alma, de mi alma, bajo el cielo de las lágrimas ?
A quién?

La flor del ciruelo (Emi-Siao)

En el umbral del nuevo año
admirad la flor del ciruelo
Corlé una rama del árbol, la traje a mi casa,
y la flor puse en un vaso .
La flor no teme, ya, ni a la nieve ni a la helada.
Para los invitados reunidos alrededor de la mes a
preparé una garrafa de vino .
Juntas bebemos el vino, enteramente a nuestro gusto.
Y leemos poemas contemplando la flor del ciruelo,
la flor que en secreto se regocija y se burla
de sus hermanas infortunadas .
En la primavera, cuando la nieve se derrite,
los frutos nacidos de sus hermanas curvan ya todas las ramas.
Volved entonces la cabeza para mirar el vaso:
la flor del ciruelo está completamente, completamente, muerta .

El año nuevo (Ai-Tchin )

Caracoleando sobre el viento y sobre la nieve, he aquí que viene el año nuevo ,
y su gran camino es llevado por la tempestad de las risas . . .
el año nuevo irrumpe del frente bajo un velo de humo ,
sale de los túneles cavados en la rocalla ,
las pupilas enrojecidas de vigilias, las sienes profundamente aradas . . . `
El enemigo vertiera toneladas y toneladas de acero
pero nuestra frente no ha cedido .
A cien "lis" de profundidad nuestra defensa
saca su fuerza y extraemos nuestra fuerza
de nuestras retaguardias del pueblo y de la patria de nuestros ascendientes . . .

El año nuevo tiene la sonrisa.
Ah, déjanos saltar al expreso del tiempo que inicia los carriles,
sabre nuestra tierra sin límites bajo la nieve que no sabe ,
sobre nuestra tierra tranquila, que espera, tranquilamente, Abril :
el arado ha vuelto los barbechos ,
la llanura va a fluir un infinito verde que dará en otro mar .
Qué anchas, qué anchas nuestras rutas!
Ellas nos llevan derecho a las ciudades aún niñas,
a las aldeas aún niñas ,
en un país donde la misma naturaleza cambia de semblante ,
donde, por todo, una primavera de muros, sube ,
y no espera ,
donde el acero brota entre las mallas de la Gran Red como jugando . . .

He aquí venir el año nuevo y he aquí su nuevo obsequio:
el obsequio de la esperanza también nueva!
Debemos mantener cada pulgada de nuestro frente
como aquéllos que salvaron el Monte Shang-Kan .
Nuestra voluntad es de granito
para ser, sobre el enemiga, la misma ráfaga del fin
en la purificación del paisaje .
Nunca seriamos ingratos, nosotros, hacia la edad que ha comenzado
y que meciera a nuestros héroes .
lndignos no seremos, jamás, de la arcilla de los siglo s
de donde hemos salido, bajo este fuego, para seguir las líneas del laurel
Y aunque vamos de victoria en victoria, nuestro paso es el del río . . .


El ruido de la batalla (Quo-mo-jo)

El ruido de la batalla sub e
y los latidos de nuestros corazones son las alas del crepúsculo .
Luego viene una palidez de mar
que nos deja en algún lugar del aire . . .
El ruido de la batalla va y viene con las palabras de nuestro destino :
vamos a vivir, al fin de cuenta, de rodillas ,
o nos inclinaremos en nuestra casa sólo para el amor o !a amistad ?

De pie . Ni un segundo de hoja .
El alma toda nuestra en una fila, en una sola fila ,
para, de ningún modo, ceder .
La vida no se merece
siendo un tallo que vuelve al suelo
en una curva que no quiere y para una caricia que no quiere . . .

La paz, siempre, oh, la paz .
ha sido la niña de nuestros ojos,
pero ahora sabemos que la paz no nacería
sino del gran tumulto de esa fil a
que no dejará de sangrar su no y no y no, hasta la gota del suspiro . .


Algo que es un aparecido . . . (Sa-chin )

Algo que es un aparecido
lleva
las gavillas del trigo .

El sol es una ausencia, casi,
para la campiña, todavía, no lo olvida . . .

Alguien se queja, alguien, que se va
como par un río ?
Es la carreta, ya, sin las espigas del ángel,
más no sin sus ojos . . .

Las gavillas pesan, pesan, larguísimas.
Y el pionero, también, ante su madre se lamenta:

-Por qué no se las hizo más pequeñas?
No puedo, ahora, traerlas sobre el hombro

-No es el modo de atarlas, hijo, lo que las ha hecho así,
sino que, sencillamente, pesan más .
El año pasado, yo, equilibraba cinco.
Este año, sólo un par.

-Es que la dicha, que se ha traído, madre, también nos doblaría. . .
o deberíamos dividir el hijo. sobre los hombres del atardecer .
hacia su propia cuna?

-La felicidad, a veces, cae sobre el bambú,
mientras ajusta sus pasos . . .
pero sus mieses, entonces, han de llegar, aun plumillas ,
a una espera de millones . . .
-La harina, de esta manera, será por poco de aire,
para las miríadas de mesas ?
-Por el momento, sin duda, al querer distribuirse
a semejanza del cielo ,
entre todos los vacíos . . .
-Oh, que las espigas encintas inclinen as í
algunos todavía
si ellas han de gravitar al dar a luz unas estrellas
que por primera vez entrarían madre ,
madre tocarán ,
de los inmortales . . .


Desde el puerto Hu-son (Sa-Chin)

Mar.
El viento impulsa un levantamiento todo blanco
contra el azul ,
y las olas son de nubes ,
lo mismo que las montañas Cuen-len y O-mien ,
con copas en las alas, también .

Los pesqueros flotan parecidos a flechas;
hincan, en un relámpago, las velas de café ,
y cruzan un cielo de mariposas . .

Pero la lejanía es, de repente, una línea de oro limón,
por perderse, con en un dios, en una paz que la excede ,
mientras al grito de un vapor, por otro lado ,
alza ramos de humo . . .

En la colina del Níspero (Sa-Ou)
Milenarias lámparas,
milenarios pares de ojos
me cuentan la leyenda de mi ciudad natal
con la voz del alma. . .
Qué gracia, qué maravilla
la de la voz. . .
Dónde está, dónde, el par de ojos de ella?
En la ciudad está o está en el campo?