viernes, 30 de diciembre de 2011


Giuseppe Ungaretti
Poeta y traductor italiano nacido en Alejandría, Egipto, en 1888. Pasó su infancia y adolescencia en Alejandría mientras su padre trabajaba en la construcción del Canal de Suez. En 1912 viajó a Paris, estudió en La Sorbona. De regresó a Italia en 1914, se enroló como voluntario durante la Primera Guerra Mundial. Dos años después publicó sus primeros poemas bajo los títulos "El puerto sepultado" 1916 y "La alegría"1919. 

A partir de 1921 trabajó como periodista en Roma, publicó su obra más conocida "Sentimiento del tiempo" en 1933 , y luego, en 1936,  se radicó en Brasil oficiando como profesor universitario.

Regresó a Roma en 1942, enseñó literatura moderna, publicó "El dolor" en 1947 y la compilación de su labor poética entre 1942 y 1961, bajo el título "La vida de un hombre". En los últimos años de su vida tradujo al italiano obras de importantes autores.

Falleció en Milán en junio de 1970.

De “Sentimiento del tiempo” extraemos la siguiente selección de poemas. 


Estrellas

Vuelven a arder en lo alto las fábulas.

Con las hojas caerán al primer viento.

Mas si otro soplo viene,
volverá un chispar nuevo.


Grito

Llegada ya la noche,
descansaba en la monótona yerba,
y tomé gusto
a esa ansiedad sin fin,
grito turbio y alado
que la luz al morir prolonga.


Quietud

La uva está madura, el campo arado,

el monte se destaca de las nubes.

En los espejos polvorientos del estío
ha caído la sombra,

entre los dedos inciertos
su resplandor es claro,
y lejano.

Y con las golondrinas huye
la última pena.


Sereno

Quemó todo el estío.

Mas que un poco de sombra vuelva,
recobra la amapola sangre,
y a la luz de la luna
la voz que se desgrana
propaga los cañares.

Muere el temor y la piedad.


Tarde

Al pie de los collados de la tarde
va un agua clara
de color de aceituna.

Y llega al breve fuego sin memoria.

Grillos y ranas oigo ahora en el humo,

en donde tiemblan yerbas tiernas.


Sentimiento del tiempo

Y por la justa luz,
cayendo sólo una sombra violeta
sobre la cumbre menos alta,
la lejanía abierta a la mesura,
cada latido mío, como el corazón suele,
pero ahora lo escucho,
te apremia, tiempo, a ponerme en los labios
tus labios últimos.



Cuando apagada toda luz
no veo ya sino mis pensamientos,

una Eva me pone ante los ojos
la telaraña
de los paraísos perdidos.



Silencio estrellado

Y la noche y los árboles
se mueven ya tan sólo
desde los nidos.


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