martes, 27 de diciembre de 2011



Ilarie Voronca (1903-1946)

ILARIE VORONCA, escritor y poeta de vanguardia, nació el 31 de diciembre de 1903 en Braila (Rumanía), en el seno de una familia judía. Realizó estudios de derecho y literatura francesa. Su primer libro de poemas fue ilustrado por Víctor Brauner. Se adhirió al movimiento modernista y publicó diversos textos en el magazin “Contimporanul”. Asimismo, colaboró en las revistas literarias “Point” e “Integral”. Con Stephan Roll, funda una revista inspirada en el constructivismo ruso con el nombre de 75 HP, de la cual sólo llegó a publicarse un número.

En 1927, Voronca edita en París un poemario titulado Colomba (ese era también el nombre de su mujer), que va acompañado de dos retratos realizados por Robert Delaunay. Ese texto marca una nueva orientación en el estilo voronquiano: se inspiraba ahí en el surrealismo. Después comenzará a publicar sus obras con cierta regularidad, sobre todo tras instalarse en Francia, en 1933. Es entonces cuando comienza a escribir en francés y publica L´apprenti fantôme (1938), y Beauté de ce monde (1940). Muchos de esos poemarios fueron ilustrados con dibujos de Constantin Brancusi, Marc Chagall y Víctor Brauner.

En la tradición del Zohar –libro del esplendor de la kábala judía–, gritar, rezar y cantar son los tres grados decrecientes de manifestación de la cólera sagrada del hombre. Voronca fue un hombre en cólera: una santa cólera poética e insobornable.


para Léon-Paul Fargue
Nada oscurecerá la belleza de este mundo.
Las lágrimas pueden anegar toda la visión. El sufrimiento
puede hincar sus garras en mi garganta. La pena,
la amargura, pueden levantar sus paredes de ceniza,
la cobardía, el odio, pueden extender su noche,
nada oscurecerá la belleza de este mundo.
Ninguna derrota me ha sido ahorrada. Conocí
el gusto amargo de la separación. Y el olvido del amigo
y las veladas al lado del moribundo. Y el regreso
vacío del cementerio. Y la mirada terrible de la esposa
abandonada. Y el alma tenebrosa del extraño,
pero nada oscurecerá la belleza de este mundo.
¡Ah! Querían ponerme a prueba, apartar
mi mirada de este mundo. Se preguntaban: “¿Resistirá?”
Todo lo que me era querido me fue arrebatado. Y oscuros
velos cubrían los jardines en mi proximidad
la mujer amada volvía a lo lejos su rostro ciego
pero nada oscurecerá la belleza de este mundo.
Yo sabía que lo humilde tenía contornos tiernos,
la carreta en el campo como un sol naciente,
dicha, río helado, que en primavera
se despierta y las voces cantan en el mármol
en lo alto de los promontorios ondea el estandarte del viento
nada oscurecerá la belleza de este mundo.
¡Vamos! Hay que resistir. Pues quieren engañarnos,
si caemos en la turbación estaremos perdidos.
Cada tristeza está ahí para ocultar un milagro.

Una cortina que corremos sobre el día fulgurante,
recuerda las dulces citas, los juramentos,
porque nada oscurecerá la belleza de este mundo.
Nada oscurecerá la belleza de este mundo,
hay que arrancarse la máscara del dolor,
y anunciar el tiempo del hombre, la bondad,
y las comarcas de la risa y la quietud.
Dichosos, marcharemos hacia la última prueba
con la frente en la claridad, libación de la esperanza,
nada oscurecerá la belleza de este mundo.

Las casas y los hombres
para Auguste Marin
Vi a lo lejos
a hombres conspirando alrededor de una casa en
construcción,
algunos caminaban lentamente cargados con ladrillos,
otros soñaban con las paredes
que aún no eran más que el pálido dibujo de sus miradas,
si hablaban, su voz entre los andamios
tenía un sonido extraño, casi irreal,
sus gestos eran graves, iluminaban sus caras
con una luz como de primavera subterránea.
¡Oh! Albañiles subiendo a las escaleras, ajustando
los materiales, midiendo las formas, al buscar
el equilibrio de la piedra y la madera no hacéis más
que extender la red donde cogeréis en la trampa
la Casa invisible cerniéndose en el aire, la Casa
que es el pensamiento
cuyos ladrillos, puertas y escaleras, son las palabras.
La Casa deviene poco a poco humo, nube.
sus contornos se precisan, desciende
entre los hombres como un barco que se pone a flote,
los albañiles son, en efecto, magos,
saben escoger el lugar donde se puede poner una trampa
también saben a qué horas pasa por el aire
el convoy de las casas que solo ellos reconocen.
Ellos les quitan los signos demasiado celestes
las hacen parecerse a la tierra
y quizá es a un muerto
a quien ofenden así. Pues las casas que pasan
son veladas por los muertos.



¡Oh! A menudo me ha sido dado
ver como un halo al muerto de cada casa
esperar pacientemente que esta recobre
sus adornos de sombra. Los vivos rencorosos, hoscos,
discutían, se enfrentaban,
la angustia, la envidia, daban grandes golpes de cincel
en sus rostros,
el verdadero trabajo comenzaba cuando la forma invisible era
atrapada,
entonces se hacían prisiones, cuarteles, fábricas,
tribunales donde se levantaban las actas de propiedad,
palacios, ciudades enteras,
algunos estaban contentos,
orgullosos: No dejaban de decir:
“Todo esto es nuestro.”
Yo, el vagabundo, el desocupado,
admirando los escaparates suntuosos
las avenidas de las grandes capitales,
era el único en mantenerme aparte.
Y en el instante en que el día se confundía con la noche,
cuando hasta el hombre más rudo se atreve a soñar
y deja caer su cabeza sobre el hombro de la fatiga,
cuando las calles como ríos que salen de su lecho
se alargan en la bruma y derraman en el cielo,
yo veía las casas, sobre todo las catedrales,
soltarse de sus amarras, devenir vastas
cernerse como murciélagos en el espacio
con su vuelo de ceniza y terciopelo.
¿Adónde iban así?
El amanecer las encontraba en sus lugares
como si nada hubiese ocurrido.
¡Ah! Un día, a una señal de los muertos
las casas se convertirán para siempre en humo
empujadas aquí y allá por el viento
por encima de las ciudades desiertas y desoladas.

Amistad del poeta
para Jules Supervielle
El cielo un cristal mal lavado en octubre
el viento que se embosca ante mi puerta
un rumor, una orquesta de feria en alguna parte
y el recuerdo: fuego que arde mal y humea.
¿Son estas las exclamaciones de los viñadores, el ruido de los
toneles
que estiban al fondo de un patio vaporoso?
¿Es esta la ciudad donde tú estás prisionero, son estas las calles
tan pesadas como las cadenas atadas a tus pies?
Pienso en ti poeta, en las palabras sencillas
que tú contemplas como huevos a través de la luz.
Los contornos de una vida se dibujan en su interior
tus ojos encuentran la forma secreta de cada cosa.
En este otoño todavía tú me coges de la mano
me llevas al jardín desierto de mi juventud
ahí es donde me emborraché con tu vino
donde me vestí con el abrigo de tus poemas.
Tú has sabido hablarle al pastor que interroga la tormenta
la granizada de tus palabras refrescó también las sienes
del enfermo. Y en lo alto de los acantilados has encendido
grandes hogueras para las barcas perdidas en los mares.
¡Ah! Tu zurrón está colmado de hierbas mágicas que devuelven
la vista a los ciegos, la palabra a los mudos
tú no temes los salvajes tapices del hombre
tú sabes retorcerle el cuello al odio, a la envidia y la maldad.
Tú, fiel jardinero: arranca la madera muerta
de nuestras almas. Me gusta verte caminar
con torpeza, la cabeza ladeada sobre el hombro

como un samovar donde fermenta un canto lejano.
Las cosas confiadas te dejan acercarlas,
tú conoces también la lengua de los animales, de los dioses,
amigos y enemigos te escuchan como los árboles
que se santiguan en torno a la gran encina del bosque.
Todos están ahí: los muertos, los vivos, tú les hablas
y tu voz se hace lluvia o silencio o helecho
es la punta del compás que traza
desde tu centro círculos más allá de la vida.

Nos podemos marchar

Habéis hecho muy bien las cosas. Encendisteis
enormes lampadarios en las salas de fiesta,
supisteis elegir a los músicos, a las bailarinas,
vuestros cocineros no olvidaron ninguna delicia,
pero nosotros no le debemos nada a nadie. Nos podemos marchar.
Ninguna fealdad ha herido nunca vuestras miradas,
vuestras casas estaban iluminadas y a través de vuestras ventanas
podíais ver las playas, los bosques, las alamedas,
donde solo vosotros teníais derecho a soñar.
Pero nosotros no le debemos nada a nadie. Nos podemos marchar.
Hombres bajo tierra le arrancaron al carbón
el sol de su muerte, el sol de vuestras vidas,
Púberes muchachas se marchitaron bordando vuestras telas,
los barcos atravesaron para vosotros las estaciones,
pero nosotros no le debemos nada a nadie. Nos podemos marchar.
Ni un solo día, ni un solo minuto hemos vivido
como vosotros. Nosotros estábamos en el office o en la escalera
de servicio. O más lejos entre la muchedumbre resignada
que se extenuaba en levantar para vosotros arcos del triunfo
pero nosotros no le debemos nada a nadie. Nos podemos marchar.
Porque todas esas luces, esas joyas, esas coronas,
los muebles de oro, las llamas del placer, las vajillas,
esas radiantes terrazas donde habéis reído y bailado
alguien tendrá que pagarlas, alguien lo hará
pero nosotros no le debemos nada a nadie. Nos podemos marchar.
¡Ah! Llegará el día en que os ruborizaréis de vergüenza,
habéis cogido la parte de los otros y ni siquiera
vuestra parte la podéis pagar. Llegará
el día en que desearéis ser libres, seguirnos
pero nosotros no le debemos nada a nadie. Nos podemos marchar.

Nosotros somos los que hemos sido felices, y sabios. Todo tenía
un aire
demasiado tentador. Era una trampa. A la belleza, a las riquezas,
había que acercarse con prudencia. Para nosotros
eso fue fácil porque vosotros ya lo habías cogido todo
pero nosotros no le debemos nada a nadie. Nos podemos marchar.
Nos vamos con el corazón ligero, el alma tranquila
como de una casa donde nosotros no robamos nada
un reino sereno nos espera. Y vosotros, anegados en lágrimas
veos aquí prisioneros para pagar fastos y glorias,
pero nosotros no le debemos nada a nadie. Nos podemos marchar.

Todo se cumple

De pronto nos callamos y aguardamos,
en una gran calma, llenos de esperanza,
un pájaro abandonando las cimas
no hubiésemos podido verlo mejor
como esa dicha que avanzaba enorme
hacia nosotros, en el dulce rumor,
e imitaba las gratísimas formas
hundidas en el fondo de nuestros corazones,
era todo lo que en una época
lejana habíamos amado: el patio
grande de una posada; el casco
de un barco y las arenas en torno.
Una casa fuera de las paredes del pueblo,
hospitalidad, placer de los niños,
los amigos que retiene la tormenta,
hablamos, reímos, la mañana nos sorprende,
y ese deseo demasiado grande para el pecho
de tus diez años, aquí está, ante ti
el barco que tras un escaparate
te llevaba otra vez mar adentro,
también el mar que rodeaba tu cabeza,
isla colmada de maravillosos crepúsculos,
el aire salino, después las fiestas solares
donde soñaba tu alma de adolescente,
los jardines, las terrazas adonde aún joven
querías llevar a la bienamada
la belleza que con miedo nombras
y que desgarra sus velos evanescentes,
Había palabras, gestos
que dolían. ¿Cómo eran?

Aquí nada puede herir y quedan
de las palabras que se dijeron luminosas hebras,
ciertamente había algo
que hemos ignorado hasta ahora,
tal vez la puerta ni siquiera estuviese cerrada
pero no supimos mirar cuando entramos
¡Oh! ¡Bosques! ¡Oh! ¡Montañas! ¡Ríos!
Hoy acabáis por uniros a nosotros,
nuestros rasgos se mezclan a vuestra luz.
Vosotros sois los astros. Nosotros, la noche.
Ahora vemos el rostro
del mundo iluminado por todas partes.
Nosotros estamos al fondo del mismo. En la superficie
tiemblan nuestras hojas de nenúfares,
ahora sabemos como hacer
para perdernos verdaderamente en todo
esta nube a punto de desvanecerse
sólo es una parte de nosotros.

Aquí mismo

Todos estamos esperando a que nos corten las ligaduras.
El trabajo pronto será acabado. El sufrimiento
fue el ácido que quemó todo lo que no ha sido nosotros mismos.
Y nuestros rasgos se dibujan en el cobre de la amargura,
las lágrimas ya disolvieron las fronteras de nuestros ojos,
y nuestros rostros que un soplo no tardará en dispersar,
se unen a los bosques, a las llanuras, a las nubes,
con ese halo que rodea las ciudades al borde del mar.
Si nosotros fuimos la ciudadela sitiada, el mundo
fue el ejército que invade ahora nuestras callejuelas,
pronto conocimos los límites de nuestra vida,
como la cabra atada que ya no tiene nada para ramonear,
a la redonda solo el prado abundante de la muerte,
nuestro cuerpo era el compás cuyas puntas
se separan cada vez más hasta que el círculo
se confunde con el alma y deviene invisible.
Habrá que cortar las ligaduras para comprender
que no tenemos adonde ir y que aquí mismo
donde nos estamos debatiendo es el milagro.
Veremos súbitamente los luminosos contornos
que desde siempre estaban ahí solicitándonos
seremos como la barca feliz que descubre
que en torno a ella está el lago sereno, no la tierra.
Tuvimos que penar y sufrir y llorar
implorar la libertad para ser al fin dignos
y aprender que aquí mismo es el lugar incomparable
donde nuestra alma fulgura y se une al todo armonioso.

La mujer viva

Quiero luchar contra vosotras, fuerzas
de la desgracia, fuerzas tenebrosas de la muerte,
térreas máscaras de la epidemia,
hambres y sed más pesadas que un cadáver.
Angustias
el sudario de vuestras llamas sobre los delirantes cuerpos,
os convoco aquí, os hago frente,
me acerco riendo al lecho del agonizante,
su boca, sortija de oro en el dedo de la noche,
su cabellera, temblorosa respiración, sus pupilas,
piedras trazando círculos en el agua de su rostro,
belleza, heme aquí con las manos llenas
de caricias más perfumadas que un jardín, heme aquí,
los labios, una alabanza para cada uno de tus contornos,
la muerte nada podrá, abandonará esta habitación.
¡Ah! Voy a someteros, monstruos, voy
a pisotearos,
incluso si adoptáis rasgos humildes: miseria,
enfermedad, injusticia, fatiga, incluso si
vuestras garras se ocultan bajo el terciopelo de la piedad,
entro en el tugurio, en el patio sofocante,
la prisión, el hospital, el tormento, el suplicio,
el frío, la sangre, los remordimientos, las heridas,
el vientre de la mujer donde nace un sol
y el hombre que maldice el pan, y el hombre
a quien el sueño ara mejor que un arado,
la garganta, cuando abandona la voz, como un hueco de árbol
el seno cortado en dos por un puñal de leche,
el fango, el ojo ciego, el agujero de obús, la gangrena
¡Yo os destierro! Y digo: “levántate y anda” al enfermo
y el enfermo es el rayo que quema sus muletas,
la imagen de lo lejano embellece las palabras
y lo cercano es suave en este apaciguamiento.

Mujeres, he aquí el día, su cetro y su corona,
vosotras sois los escaparates que iluminan la calle,
y todos vosotros, muchachos, adolescentes, ancianos,
ved cómo os acogen en las casas alegres,
he aquí las ciudades orgullosas del amor, de la gracia,
¡ah! la muerte y la miseria caen extenuadas.

La belleza del ciego

Estoy asistido por la belleza atenta del ciego.
Cuando entra en la habitación la luz tiene más fulgor.
El contorno de sus dedos se expande en el aire como un
aroma
todo deviene más claro lavado por el agua de su noche.
¿Es nieve o espuma en la mano del ciego
que toca las paredes, irreal como una estrella?
Y si los ojos no ven, ¿por qué esa limpidez
en torno a su rostro cuando se le acerca un amigo?
Si oye una palabra reconoce
más allá de la voz un ser ilimitado,
es como el marino que, en medio del océano
se acuerda con amor del jardín pobre de su casa.
Y tal vez sus ojos son los capullos
donde se teje la seda de una visión divina
y esa mirada sin vida alrededor de las apariencias
descubre lo sin líneas, lo sin rostro.
Cuando nos lo encontramos con su paso vacilante
nos damos cuenta que no está acostumbrado a la tierra,
y como un pájaro, habituado al vuelo no a andar,
busca temeroso el lugar donde posar el pie.
Permanece humilde entre los ruidos y las risas
pero él es mucho más vasto que todo el aposento
es como un símbolo que nada encarcela
porque, al no verlas, las paredes no pueden detenerlo.
Él está fuera con el viento que prueba
la resonancia de los árboles, o con
el sonido lento de la tormenta en las campanas del invierno,
o más lejos con el amanecer por los caminos
de un cielo que nos desprecia y que sólo a él se ofrece.

Las manos vacías

Tus emisarios están de pie bajo nuestro umbral
“Que cada cual aporte lo mejor que tiene” dicen
los ricos han amontonado sus joyas, sus telas,
cargados de sortijas sus dedos brillan más que sus
ojos,
el sonido de las monedas apagó el de su memoria
no oyen el paso de los hombres del futuro
pero nosotros
avanzamos con las manos vacías y la mirada serena.
Una vez más nosotros somos los despreciados, los humildes.
Ellos, han colmado las naves. Caminan
a la cabeza de ejércitos gloriosos. Requieren
del fondo de los tiempos sus cosechas y rebaños.
Ningún trofeo es olvidado y en su frente
el sueño de su fuerza alza una corona
pero nosotros
avanzamos con las manos vacías y la mirada serena.
Nosotros hemos visto la inolvidable estrella,
la fanfarria altanera de los bosques bajo la tormenta
el sol en los árboles como en las astas de un ciervo,
los océanos trazaban en torno su círculo de fuego
cada cosa susurraba: “recuérdalo bien”
había que guardar la imagen no la cosa
y nosotros
avanzamos con las manos vacías y la mirada serena.
Ellos aportan lo que han cogido, pero no
la llama sin adorno en la urna de su alma,
siempre el continente, nunca el contenido,
la piedra pero no su voz muda,
el pájaro pero no el humo de su vuelo,
el metal no el brillo de las ruedas del alba
Pero nosotros
avanzamos con las manos vacías y la mirada serena.

Nuestra parte fue la parte del débil.
No pedir, sino darse completamente entero,
dispersándonos por el universo para después mejor
recibirlo en nosotros. ¡Oh! Mares, montañas, astros,
sólo hemos retenido vuestros reflejos,
del rico ganado de los establos hemos preferido el aliento,
Y nosotros
avanzamos con las manos vacías y la mirada serena.
Venimos con las manos vacías y la mirada serena
porque los nombres están en nosotros. Tus emisarios sabrán leerlos
Los otros amontonan todo aquello de lo que nos han despojado
y el mundo purificado en el fuego de su envidia
nos protege y acoge. Los otros se derrumban
bajo el fardo de los triunfos y los adornos
pero nosotros
avanzamos con las manos vacías y la mirada serena.

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